30 marzo 2014

Panóptico, patrimonio cultural

A mediados de 2013, con el desparpajo que suele caracterizar a los que acumulan demasiado poder, un funcionario de gobierno anunció que el Panóptico Nacional, que todavía funciona como cárcel en la Plaza San Pedro de la ciudad de La Paz, sería desalojado y vendido como terreno. Según sus aventuradas declaraciones, la recaudación permitiría la construcción en Palca de un “mega complejo penitenciario” de 20 hectáreas para alojar a 5.000 presos, es decir los 2.355 de ahora, mas los que vendrán. Gran obra de desarrollo productivo con una visión carcelaria de nuestro futuro.

Panóptico de San Pedro, la fachada pintada, el resto en abandono
Cuando leí esa declaración en la prensa tomé la iniciativa de hacer una campaña de preservación del edificio porque allí donde el funcionario chicato veía solamente una cárcel, otros vemos un monumento que tiene valor histórico y cultural; allí donde él vislumbraba simplemente un buen negocio, quizás un centro comercial o un condominio de apartamentos, muchos soñamos con un gran centro de la cultura.

La campaña que lancé en Avaaz el 5 de agosto de 2013 no tuvo mucho éxito, apenas 111 firmas. La carta que hice circular en Bolivia la firmaron personalidades que han aportado a nuestra cultura desde diversos ámbitos como Luis Zilveti, Carlos D. Mesa, Pedro Querejazu, Luis Ramiro Beltrán, Adolfo Cáceres Romero, Elías Blanco Mamani y José Antonio Quiroga, entre otros. Desde Inglaterra llegó la adhesión de Margaret Anstee, amiga de Bolivia que fue la máxima autoridad de Naciones Unidas en nuestro país a principios de los años 1960. Algunas instituciones como la Fundación Flavio Machicado Viscarra, la Fundación Solón, la Fundación Comunidad, la Fundación Cajías y el Museo del Aparapita, entre otras, manifestaron también su respaldo a esa iniciativa, pero no pasó mucho más desde entonces.

En meses recientes los vecinos del barrio de San Pedro tomaron en mano propia el asunto. Han ocupado en varias ocasiones calles y plazas para expresarse también en contra de la arbitrariedad anunciada por el funcionario de gobierno. Un “Cabildo Cívico Cultural de la Paceñidad” logró que el Ministro de Culturas, a quien yo apelaba en mi carta de campaña, considere la posibilidad de un mejor destino para el Panóptico Nacional.

La parte posterior del Panóptico de San Pedro, en La Paz
Con el concurso de varios artistas, entre ellos Luis Rico, se organizó hace poco en La Paz una manifestación artística de apoyo para que el predio del Panóptico sea destinado a la cultura y no al negocio. Mi amigo Luis Rico hizo entonces declaraciones a la prensa en el sentido de que se debería “tumbar” el edificio para construir en el mismo terreno un centro cultural. Estoy en absoluto desacuerdo con esa afirmación. La posibilidad de demoler un edificio histórico es lo primero que debemos evitar. Tumbar el Panóptico dejaría además en suspenso cualquier posibilidad real de establecer en ese lugar un proyecto cultural. Ya no existiría un patrimonio en peligro para poder reclamar. Lo que se tiene que hacer es precisamente lo contrario: rehabilitar el edificio, cuyo diseño arquitectural data de fines del siglo XIX, con todas las características que tuvo cuando fue construido.

El primer paso para ello es que el Panóptico sea declarado patrimonio cultural nacional y convertido en el futuro cercano en un centro de la cultura y de las artes, donde tengan cabida todas las manifestaciones que hoy conforman el amplio abanico de nuestras culturas nacionales.

Este es un edificio emblemático, construido de acuerdo a las normas más modernas de su época. Se llama “panóptico” porque desde las cuatro esquinas puede verse todo lo que sucede en los diferentes sectores de la cárcel, erigidos con un diseño de eje radial sobre una superficie de 8.257 metros cuadrados. La idea, muy innovadora cuando fue inaugurado en 1895, era que en lugar de estar encerrados en celdas con barrotes, los presos pudieran desplazarse libremente dentro del perímetro carcelario. La sobrepoblación hizo que al pasar el tiempo el diseño interior se modificara para aumentar celdas, pero no sería muy difícil recuperar la distribución original del espacio.

Alfonso Gumucio Reyes (con barba), rodeado por Simón Reyes, Alberto Jara,
Oscar Salas, Corsino Pereira, Irineo Pimentel y otros dirigentes de la
Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) en 1967
 
Además de su valor arquitectónico y cultural, el Panóptico ha recibido muchos “huéspedes” ilustres y no ilustres. Esos cuatro muros han visto pasar muchísimas cosas, están tapizados de historia que algún funcionario miope quisiera eliminar con una oprobiosa firma. Mi padre fue a caer allí como preso político durante la dictadura de Barrientos, en 1967. Durante los meses de su prisión hizo estrecha amistad con los dirigentes de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB). La dirigencia en pleno estaba allí encarcelada por el “presidente payaso ” (como llamó Cortázar a Barrientos). Con estos consecuentes dirigentes sindicales de las minas, que venían de tiendas políticas distintas como el partido comunista o el trotskismo, sostenía largas conversaciones sobre economía y desarrollo. 

En esa época residían también en el Panóptico los autores del atraco de Calamarca, los hermanos Hugo y Marcial Fuentes y el argentino Oscar Rodríguez, a quien conocí, cuya celda estaba decorada para recibir las visitas de sus amigas del Jankanou, famoso club nocturno que funcionaba en el Prado. Anécdotas hay muchas, el edificio vibra de tanta historia que contiene. Despedazarlo por iniciativa de algún funcionario efímero sería como borrar de un plumazo una parte de nuestra memoria nacional.

Panóptico de Bogotá, hoy Museo Nacional de Colombia
No es necesario inventar la pólvora ni el hilo negro, puesto que hay ejemplos que podríamos seguir. Muchas prisiones en el mundo han sido convertidas en centros de cultura, en bibliotecas, en símbolos de libertad. Es el caso Alcatraz en la Bahía de San Francisco, donde estuvo preso Al Capone, y de la prisión en la isla Robben donde permaneció durante 18 años Nelson Mandela. En Bogotá, desde 1948 el Museo Nacional de Colombia ocupa el edificio de la antigua Penitenciaría Central de Cundinamarca, también diseñada como un conjunto panóptico. En Costa Rica el Museo de los Niños ocupa desde 1994 los predios de lo que fue una prisión, construida durante la primera década del siglo pasado. En Dublín la prisión Kilmainham Gaol construida en 1796 encerró durante más de cien años a irlandeses que luchaban por la independencia de su país, y hoy aloja un museo de historia sobre el nacionalismo irlandés. Por su belleza arquitectónica y su valor histórico allí se han filmado no menos de una docena de películas. 

El Palacio Negro de Lecumberri
En México está el Palacio Negro de Lecumberri, inaugurado el 29 de septiembre de 1900 por el presidente Porfirio Díaz, que sirvió como penitenciaría hasta 1976. El edificio es también un panóptico en forma de estrella donde estuvieron encarcelados personajes de la talla de David Alfaro Siqueiros, Valentín Campa, Heberto Castillo, Ramón Mercader el asesino de Trotsky, José Agustín, José Revueltas, William Burroughs, Francisco Guerrero y el escritor colombiano Álvaro Mutis. Durante la decena trágica, el presidente Francisco I. Madero, así como el vicepresidente José María Pino Suárez, fueron asesinados en el patio trasero de Lecumberri en 1913. 

Como los mexicanos sí saben valorar sus bienes culturales e históricos, hoy el Palacio Negro de Lecumberri aloja al Archivo General de la Nación En sus alas se han instalado salas de consulta para investigadores y lectores. En las antiguas celdas hay exposiciones de fotografía, salas de lectura y recintos donde se guardan los libros más valiosos. Los mexicanos cuidan su patrimonio mientras nosotros estamos a punto de permitir que algún funcionario torpe se salga con la suya. 

Podríamos extendernos aún más con ejemplos de prisiones convertidas en centros de la cultura y del arte.  Los que he mencionado hasta ahora deberían ser suficientes para que los funcionarios del actual gobierno reflexionen sobre la enorme responsabilidad que tienen si toman una decisión equivocada. 

Ojalá que el Ministro de Culturas Pablo Groux se sume al esfuerzo de conservar el edificio del Panóptico. Cuando ejerció las funciones de Embajador de Bolivia ante la Unesco fue uno de los abanderados de la preservación del patrimonio mundial y recibió por ello reconocimiento. No es una idea ni loca ni nueva.  Ya en la época del alcalde Ronald MacLean, por iniciativa de Gastón Araoz, se diseñó un plan de restauración y recuperación que fue publicado bajo la dirección de Carlos Rosso en el Catálogo de Proyectos Concertados del gobierno municipal de La Paz. 


Imaginemos ese edificio restaurado, una ciudadela donde las culturas de Bolivia podrán dialogar entre sí y donde las artes tendrán espacios para exposiciones, talleres de aprendizaje, salas para conciertos y para representaciones teatrales, bibliotecas y salones para exponer pintura y escultura. No permitamos que ese patrimonio arquitectónico sea destruido.

22 marzo 2014

La línea de Lara

Siempre generosa conmigo, la familia de Raúl Lara me acogió muchas veces en su casa en Cochabamba, en el número 136 de la calle Los Pinos, camino a Tiquipaya. Cada visita era un regalo porque invariablemente incluía la muestra de los cuadros más recientes que había pintado Raúl. Que yo llegara solo o acompañado por mi esposa o por amigos de otros países, Raúl, Lidia, Ernesto y Fidel nos recibían siempre con el mismo cariño, de ese que se transparenta en las miradas.

Cierta vez que pasé la noche en casa de los Lara quedé enamorado de un pequeño dibujo que colgaba discretamente en una de las paredes de la habitación de huéspedes. Me encantó la sensualidad de la línea y la energía sólida del rojo y del violeta que impregnaba el papel, donde se entretejen rostros y cuerpos de siete personajes flotando en un mundo mágico saturado de referencias “larianas”: cuerpos desnudos, mujeres sensuales, máscaras de carnaval, hombres barbudos, alas transparentes y aves negras…

Al día siguiente mencioné que el dibujo me gustaba. No había terminado de decirlo que ya Lidia y Raúl lo habían descolgado y lo estaban empacando para que me lo llevara conmigo. Así era Raúl, así son los Lara, generosos amigos.

Fue durante esa visita, en diciembre de 2007, que los Lara me mostraron durante varias horas una infinidad de bocetos y dibujos sobre papel que tenían guardados en carpetas.

Recordaba esto el miércoles 19 de marzo en el Museo Nacional de Arte en La Paz durante la presentación de Aventura íntima e infinita de la línea, un libro de arte que da a conocer la faceta de dibujante de Raúl Lara, el amigo pintor que perdimos el 22 de agosto de 2011. La fundación Cultural del Banco central, la Fundación Simón I. Patiño, el Ministerio de Culturas y Turismo y el Fondo de Fomento a la Educación Cívico Patriótica son las instituciones que han hecho posible la obra, cuidada por Michela Pentimalli, quien junto a María Isabel Alvarez Plata fue en mayo-junio de 2013 curadora de una retrospectiva de estos dibujos. 

La edición, muy bien diseñada, contiene 138 dibujos, una pequeña muestra de entre más de cuatro mil que dejó Raúl. Una muestra tan breve como representativa de las diferentes épocas de su oficio artístico: Buenos Aires en 1950-1960, Jujuy-La Paz en los años 1970,  La Paz-Oruro durante la década de 1980, Oruro-Cochabamba en los 1990 y finalmente Cochabamba de 2000 a 2011. Los textos concisos de Carlos D. Mesa, Luis Ramiro Beltrán, Mariano Baptista Gumucio y el propio Raúl Lara nos aproximan a sus motivaciones íntimas y contextualizan los dibujos, muchos de los cuales llevan anotaciones del pintor.

Es fascinante penetrar en el mundo mágico de obras de “infinita línea” que no fueron realizadas con la idea de darlas a conocer.  En una obra de caballete el artista calcula, planifica y hace una propuesta plástica que sopesa varios factores. En los dibujos de inspiración o de calistenia, la mano se suelta y las ideas y pasiones fluyen sin tomar en cuenta factores externos. Lejos de la pulcritud de una obra de caballete, los dibujos están saturados de pasión y fiebre.

Esa es la riqueza de los dibujos de Raúl Lara, cuya variedad abarca desde los estudios preparatorios para sus cuadros hasta las explosiones eróticas, pasando por los retratos de sus hijos, mediados por la ternura.

Cada vivencia de su trayectoria artística acarrea una marca del alma, pero una en especial deja una huella indeleble: la desaparición de su hermano Jaime en Argentina, durante la dictadura militar.



Los dibujos de Raúl me  gustaron siempre, tanto así que en 1990 le pedí que fuera mi cómplice, junto a otros diez amigos artistas (entre ellos Gustavo, su hermano mayor), en mi poemario Sentímetros. Luego de leer mis poemas me entregó seis dibujos que dialogan con “Oficio de tinieblas”, “Matinal”, “Toda mar”, “Metodología”, “Asedio” y “Perfil”, subrayando su sensualidad.

Ramón Rocha, Lidia Caiguara y Alfonso Gumucio 
Raúl se habría alegrado de ver la cantidad de amigos y admiradores de su obra que se dieron cita en el Museo Nacional de Arte para la presentación de Aventura íntima e infinita de la línea. Como suele suceder en este gremio, faltaban los colegas artistas plásticos, que son parte de una comunidad poco común, vergonzosamente dividida por rencillas y celos. La presencia de Gil Imaná y de algún otro artista salvó la nota, pero hacían ruido las ausencias, entre ellas la del propio director del Museo Nacional de Arte, cuyas altas responsabilidades a esa hora de la noche lo obligaron a abandonar el recinto minutos antes de que comenzara el acto presidido por Pablo Groux, Ministro de Culturas y de Turismo.

La instalación audiovisual que realizó David Maldonado y el equipo de Close Up para acompañar la presentación del libro fue uno de los momentos más interesantes de la noche. Metamorfosis de dibujos y frases de Raúl Lara en la voz de David Mondaca. 
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Llovió tan fuerte que todos los cerdos quedaron limpios, 
y todos los hombres embarrados. 
--- Lichtenberg

15 marzo 2014

El retorno del comunicador

Desde que nació como campo teórico a mediados de la década de 1960, la comunicación para el desarrollo ha tenido una vida accidentada. Ha mostrado enormes fortalezas en su aplicación práctica en América Latina, Asia y África, mientras que en el ámbito académico ha vivido a veces alentadores avances y otras veces un empantanamiento desalentador. 



A lo largo de cinco décadas tanto pensadores de la comunicación como instituciones que trabajan en programas de desarrollo han demostrado que una comunicación participativa comprometida con el cambio social puede garantizar la sostenibilidad que los programas de desarrollo buscan en el largo plazo. Sin embargo, ni en las universidades ni en las organizaciones de cooperación para el desarrollo, se entiende claramente este tipo de comunicación. La palabra “comunicación”, para la mayoría, se reduce a mensajes en los medios masivos y a visibilidad institucional.

Organizaciones de Naciones Unidas como la FAO y la UNESCO sí entendieron el papel de la comunicación en el desarrollo, al igual que un puñado de universidades en el mundo, menos de 30, muy pocas si comparamos con la abundancia de carreras de periodismo que alimentan a los medios masivos con profesionales duchos en escribir artículos o elaborar programas de radio y televisión, pero carentes de la perspectiva estratégica necesaria en los planes de desarrollo. Por suerte en el campo académico, hay excepciones. Parece que el comunicador está de regreso en el pensamiento estratégico de algunas universidades. Colombia es un ejemplo de ello, me consta.

Pasé una semana en Bogotá a fines de febrero y principios de marzo ejerciendo uno de los oficios que más me gusta: trabajar con colegas del campo de la comunicación, el desarrollo y el cambio social.  Esta vez la invitación vino de dos universidades con las que mantengo vínculos desde hace varios años: la Universidad Santo Tomás (USTA) y la Universidad Minuto de Dios (Uniminuto), dos de las más cualificadas que tiene Colombia, ambas con un alto nivel académico certificado por el Estado.

Con la USTA y con Uniminuto he colaborado en el proceso de creación de sus maestrías en comunicación, desarrollo y cambio social, gracias a las cuales Colombia se coloca en la vanguardia mundial de los países que cuentan con especializaciones que privilegian este enfoque, con tres universidades (la tercera es la Universidad del Norte, en Barranquilla, que también apoyé en su momento). Solamente se puede comparar con la India, donde me pude visitar programas similares en universidades de Gujarat, Delhi y Hyderabad.

Tanto en el caso de la Santo Tomás como de Uniminuto, metí mi cuchara conceptual en el documento que sirvió de base para el diseño de las maestrías. Eliana Herrera lanzó la iniciativa en la USTA y Amparo Cadavid en la Uniminuto. Ambas son colegas y amigas con las que hemos recorrido un trecho importante en años recientes, cruzando nuestros caminos en redes profesionales y en eventos internacionales en varios continentes. Como miembro del Consejo Académico de la Maestría de Uniminuto viajo regularmente a Colombia para participar en reuniones de planificación.

Con Iñaki Chaves en la Universidad Santo Tomás
Ambas universidades se pusieron de acuerdo para tenerme ocupado durante siete días. La iniciativa de llevarme a la Santo Tomás partió de Iñaki Cháves, a quien conocí hace algunos años en Barcelona, en algún evento internacional. Ahora Iñaki es profesor en la USTA y hace parte de la Maestría con un compromiso genuino que va más allá de lo meramente académico.

Mi actividad en la Santo Tomás comenzó con una lectio inauguralis en un amplio auditorio donde fui precedido por generosas presentaciones de la decana de la Facultad de Comunicación, María Ligia Herrera Navarro y por el director de la Maestría, Alexander Torres Sanmiguel. En mi conferencia magistral, “De regreso al futuro: pensar la comunicación” me referí a la necesidad de reflexionar sobre el campo de la comunicación y el cambio social desde la investigación interdisciplinaria y la creación colectiva de conocimiento, y de aprovechar el privilegio que supone el espacio de estudio de una maestría, para profundizar en el “saber pensar” antes que en el “saber hacer”.

Durante los tres días siguientes impartí un seminario sobre comunicación, desarrollo y cambio social para estudiantes de la maestría que cursan diferentes semestres. Fue muy estimulante trabajar con ellos en ejercicios, lecturas y discusiones que demuestran que existe un creciente interés por este campo de estudio y de compromiso profesional.

La segunda parte de mi estadía transcurrió en Uniminuto, donde di dos conferencias para estudiantes, una en la unidad de Soacha y la otra en Bogotá. Tuve reuniones de trabajo con el equipo que conozco desde hace tiempo, encabezado por la decana Amparo Cadavid, el director de la maestría César Rocha, la directora de la Escuela de Medios para el Desarrollo, Eliana Herrera (que tuvo la iniciativa de crear la maestría cuando enseñaba en la Santo Tomás), la coordinadora académica Luz Marina Echeverría y otros colegas que conozco desde hace varios años.

Hablamos de los pasos que se han dado para iniciar la maestría recientemente certificada por las instancias de educación superior del Estado. La maestría aspira a convertirse en un referente latinoamericano, proyectándose hacia potenciales estudiantes de otros países de la región que no cuentan con este tipo de estudios de posgrado. En otra reunión precisamos los detalles del encuentro de la Red de Maestrías en Comunicación, Desarrollo y Cambio Social que tendrá lugar a fines de agosto en Bogotá con el auspicio de Uniminuto y que llevará como homenaje el nombre de “Luis Ramiro Beltrán”, pionero del pensamiento de la comunicación para el desarrollo en América Latina.

La red de posgrados con este enfoque de desarrollo y cambio social es un sueño largamente perseguido desde que me tocó fundar una red similar en 2005, en Filipinas, desde mi responsabilidad de director de programas del Consorcio de Comunicación para el Cambio Social. Lamentablemente aquella red no sobrevivió a mi alejamiento del Consorcio, por lo que ahora se justifica plenamente esta nueva iniciativa.

Los colegas de la Uniminuto apuntan alto. La intención es convocar a los responsables de posgrados y maestrías de varias regiones. Esperamos recibir colegas de la Universidad de Filipinas en Los Baños, donde el College of Development Communication ha sido la institución pionera desde hace casi cuatro décadas. Al menos tres universidades en la India mantienen programas similares, por lo que sería estupendo que dieran la vuelta al mundo para reunirse en Bogotá con colegas de Suecia, de España, de Dinamarca, de Inglaterra, de Estados Unidos, de Canadá y de por lo menos siete países latinoamericanos: Argentina, Bolivia, Paraguay, Perú, Guatemala, El Salvador y por supuesto Colombia, país anfitrión.

Otras actividades que tuve en la Santo Tomás y en la Uniminuto incluyeron entrevistas para radio y televisión, conversaciones con docentes y estudiantes interesados en este campo de estudio que otra vez, como el ave fénix, parece levantar vuelo. Pero queda mucho por hacer.  

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L’information est devenue abondante,
la communication rare.
Dominique Wolton



06 marzo 2014

Barbie, reina de alasita

En alasita hay más muñecas Barbie que ekekos. El dios de la fortuna brilla por su ausencia y si aparece se lo ve disminuido, caído en desgracia. Carga pocos y básicos enseres, se parece más a un aparapita del mercado que al rey de la feria.

El 24 de enero a mediodía, como siempre, se inauguró la feria con bombos y platillos, en presencia de dos grandes autoridades, el vicepresidente de la república y el alcalde de la ciudad de La Paz, además de un ekeko tamaño natural, en carne y hueso, que animó la ocasión. Pero pasadas las formalidades del primer día el encanto llega rápidamente a su fin y alasita se saca la máscara y se muestra tal cual es.

La primera impresión que produce la feria es lamentable. Cuando uno se acerca caminando desde la parte alta de la Avenida del Ejército, ya sea desde Miraflores o desde la universidad, lo primero que ve son los techos de calamina, como si se tratara de un campamento improvisado o de una villa miseria. Parecería que cada vendedor arma su propio puesto, con palos disimulados ahora por telas que distribuye la alcaldía para cubrir los puestos cuando no hay quien atienda (es decir, la mayor parte del tiempo).

Los sectores que dividen la feria de alasita dicen mucho de los cambios que ha sufrido en el curso de los años recientes. Las secciones de juegos y de comidas -que se reconocen fácilmente por los olores saturados, la basura dispersa por el suelo y la bullanga de los jóvenes- ocupan más espacio que las dedicados a exhibir la artesanía en miniatura. Y aún en el sector que dice “miniaturas”, abundan todo tipo de productos que no corresponden a esa categoría: monos de peluche, muñecas, juegos de fortuna, entre otros.

Las miniaturas son las menos. O quizás son ahora microscópicas, por eso no se las ve. Pocos puestos exhiben casitas (ahora de plástico, ya no de yeso como antes), carretillas, picos, palas, ladrillos, calaminas, tejas y otros materiales de construcción, alacenas llenas de pequeñas latas de conserva, minúsculas botellas de refrescos o de alcohol, bolsitas de arroz, de azúcar, camiones de metal (ya no de madera como antes), maletas de cartulina con billetes de varios tamaños, dólares, euros y pesos bolivianos, tarjetas de crédito y de identidad, certificados de matrimonio o títulos profesionales.

Desaparecieron los negritos, las petacas de cuero y los soldaditos de plomo, y si no fuera por la iniciativa de los propios diarios, ya  hubieran desaparecido también las ediciones de periodiquitos. Son estos periodiquitos los que mejor mantienen la tradición, quizás porque su producción no está en manos de los comerciantes de la feria. Cada uno es un pequeño despliegue de humor y de sarcasmo. El Diario, La Razón, Página Siete, Jornada, el semanario Satélite Hoy y la revista Oxígeno son muestras de creatividad con sus portadas, suplementos, fotografías trucadas.

Lo que realmente abunda, y debe ser porque es lo que más se vende, son las muñecas de plástico, los caballos y elefantes de cerámica china, los juguetes que representan a los héroes y superhéroes de las series de televisión. En el mejor de los casos hay puestos con artesanía nacional, de Oruro o de Cochabamba, pero no en miniatura.

Año tras año las veces que me ha tocado visitar la feria de alasita he notado la pérdida irreversible de aquello que fue su esencia desde que nació: una feria donde todo lo que se exhibía y se vendía eran objetos en miniatura, y donde el ekeko era el rey. Ahora por cada puesto de miniaturas hay dos puestos con muñecos de plástico, de plantas, de cerámica china, de comidas grasientas, o de juegos de azar. El espacio físico de la feria de alasita ha sido tomado por todo aquello que es ajeno a esa celebración.

Esta no es una feria de artesanos sino de comerciantes que venden lo que los artesanos fabrican encerrados en su talleres o en el Panóptico de San Pedro. La actitud es diferente, mientras el artesano usa sus manos para darle forma a objetos menudos que son parte de una tradición más que centenaria, los comerciantes exhiben algunas de esas piezas como coartada para justificar su presencia en la feria, pero la mayoría vende productos que no tienen nada que ver con  el tradicional espíritu de alasitas.

Parecería que los artesanos son presos de los comerciantes y que solamente producen aquello que les piden. No se ve ninguna creatividad artesanal, no se ve tampoco innovación en las propuestas que se hacen en madera, barro, paja o metal. Es como si solamente la inercia mantuviera algunos de los rasgos de alasita.

Hace cinco años con algunos colegas especialistas de la comunicación organizamos un seminario internacional en La Paz y se nos ocurrió preparar para los panelistas e invitados especiales un regalo significativo: un ekeko de la comunicación. Le pedimos a un artesano que cargara al ekeko con un receptor de radio, un altavoz, una cámara de video y otra fotografía, un teléfono celular, un periódico, una grabadora, una computadora y una máscara para significar que el baile y el teatro son también parte de la comunicación.

Nuestro regalo a los invitados nacionales e internacionales fue bien recibido. Para mi coleto, como decía Jaime Sáenz, creí que los artesanos se iban a poner las pilas y que en una próxima feria encontraríamos ekekos de la comunicación, de la medicina, de la educación, de la justicia, de la enseñanza, de la construcción, de la música, de las artes plásticas, del deporte… y así sucesivamente. Pero nada, ninguna otra iniciativa que la de Mujeres Creando que presentó la versión contestataria de una ekeka.

La cultura es un proceso en permanente evolución, nadie espera que la festividad de alasita permanezca congelada a través del tiempo ni que sea lo mismo que fue en 1871 cuando dicen algunos que se originó la tradición, pero la interacción cultural debería contribuir a mejorar sus rasgos esenciales en lugar de malversarlos y pervertirlos. En alasita debería reforzarse la fabricación manual y artesanal de las piezas, estimular la calidad y la creatividad de los artesanos, y fijar normas que excluyan todo lo que no sea en miniatura, eliminar los objetos de plástico importados o locales, los juegos, las comidas y la venta de ropa, muñecas, plantas ornamentales y todo lo que desnaturaliza esa hermosa tradición que heredamos.

¿Por qué el Ministerio de Culturas y el gobierno municipal de La Paz no establecen normas ante de que la festividad de alasita se convierta en cualquier otra feria de comidas, juegos y venta de todo un poco?

Si de artesanía se trata, de cualquier tamaño, no hay mucho de qué enorgullecernos. La artesanía nuestra es por lo general tosca, mal acabada y de variedad limitada. A diferencia de los peruanos, mexicanos, guatemaltecos, salvadoreños, colombianos o ecuatorianos, nuestros artesanos parecen instalados definitivamente en la ley del mínimo esfuerzo, aunque hay algunas honrosas excepciones que confirman la regla.

Podemos encontrar muestras de trabajo muy bien realizado en los textiles tradicionales de Tarabuco y en los aqsu de los Jalq’a de Potosí y Sucre que trascienden la categoría de artesanía porque constituyen verdaderas obras de arte donde cada pieza es única. Sin el proyecto ASUR quizás también se habría perdido esa gran tradición de creativas tejedoras indígenas. Los artesanos de comunidades indígenas del oriente que comercializan sus productos a través de Arte Campo en Santa Cruz, son otro ejemplo digno de encomio. Repito, son excepciones. Habrá otras más, pocas.

¿Puede alasita ser incluida por la Unesco en la lista de patrimonio cultural inmaterial de la humanidad? No en estas condiciones. El comité impulsor tuvo que retirar la candidatura cuando se dio cuenta de que iba a ser rechazada. No es cuestión de presentar buenos documentos históricos, sino de demostrar que todavía existe una manifestación cultural que vale la pena preservar y promover mediante su incorporación en la prestigiosa lista de festividades protegidas. Para ello habría que depurar la feria de todo lo que actualmente le sobra, y mejorar la calidad y la cantidad de la artesanía en miniatura.

En las condiciones actuales sería mejor cambiarle de nombre a las alasita, que se saquen las máscaras los falsos ekekos, que se elija como reina de la feria a una Barbie vestida de cholita, que los caballos y gallos chinos saturen nuestro calendario hasta hacernos olvidar de nuestros propios nombres.