24 octubre 2007

Ché

A continuación, para cerrar este mes dedicado al Ché en mi blog, transcribo el poema que escribí a principios de los años 1970s, que luego se publicó en mi libro "Antología del Asco", y que fue también grabado en el disco de homenaje al Ché que Casa de las Américas (La Habana), publicó al cumplirse el décimo aniversario de la muerte del Ché en Bolivia.

Ché

habrá una sombra siempre
allí habrá una sombra una luz cerca
aquí siempre una frente en la maleza
no se la ve se la siente en la humedad
de cada árbol
se descuelga
el latido vivo de la selva viva
desde que la sangre
escogió allí su caparazón verdadero

a despecho de hijos de puta
militarotes de estrella norte y águila
en el pecho
se ha de partir esta tierra
han de morir corbatas y galones
y hasta dará pena hablar en castellano

ya el rumor está corriendo ríos
las hojas hacen eco
la nieve las alturas el mar
tiemblan de esperanza pero el canto es
triste todavía la sombra
se mueve lentamente
multiplicada
llora sonríe putea no olvida ama crece
y no hay quien la detenga
porque ama

16 octubre 2007

Ché, Hilda, Kalfon

Mis viajes a Cuba en los años 1980s fueron numerosos, sobre todo con motivo del Festival Latinoamericano de Cine de La Habana, el evento de cine más importante en la región, y para participar en otras reuniones sobre cultura y comunicación. En una de ellas, en junio de 1988, conocí a Hilda Guevara Gadea, la hija mayor del Ché, que trabajaba como bibliotecaria en Casa de las Américas.

En su casa, un departamento en un piso alto de un edificio de El Vedado, me regaló la edición más reciente del “Diario del Ché en Bolivia”. Allí conocí a uno de los nietos del Ché, Camilo, de unos 8 o 9 años entonces, hiperactivo saltando sobre los muebles. Me recordó esas primeras imágenes del Che cuando era niño, que aparecen en la película de Fernando Birri. En agosto de 1995 me enteré que Hilda había fallecido, cuando tenía apenas 39 años, de un tumor cerebral.

Cuando mi amigo Pierre Kalfon, escritor y periodista francés muy conocedor de América Latina, estaba preparando la monumental biografía que escribió sobre el Ché, me pidió que lo ayudara con algunos contactos en Bolivia. El 11 de abril de 1995 organicé una reunión en casa con algunos amigos que tuvieron relación, más o menos directa, con la etapa boliviana del Ché. Loyola Guzmán, Carlos Soria Galvarro, Ted Córdova Claure, Marcelo Quezada, Amalia Barrón y Freddy Alborta participaron en ese intercambio con Kalfon. La biografía resultante, “Ché, una leyenda de nuestro siglo” (1998), ya publicada en varios idiomas y ediciones, es quizás el documento más completo sobre la vida del Ché.

¿En realidad, a quien no se le ha cruzado el Ché alguna vez en la vida? Cada uno podría escribir su relato personal con el Ché, la manera como ese gran hombre ha influido en nuestro comportamiento, en nuestras decisiones, en el posicionamiento político y ético. Me parece que a los 40 años de su muerte, esta es la mejor manera de recordarlo: analizando lo que el Ché significa en cada una de nuestras vidas, y no tanto repitiendo lo que ya se ha dicho tantas veces.


11 octubre 2007

Geografía

Conocieron mi tierra
cuando vino a morir en ella un extranjero.

Antes nada, antes
un silencio muy meditado en los nortes
siempre en los nortes en palacios blancos
y polígonos de tiro

rápidos vuelos
a diez mil metros de techo.

¿De donde vienes?
De Bolivia.
¿Hablan castellano allí?
Desde la Colonia.
¿Esté en Africa Bolivia?
En el corazón de América Latina.

Antes el silencio
de los intelectuales porque no había
un preso francés que defender.

Antes una frontera cerrada
unos muros altos altos

como para que no se escuchen
los tiros y los gritos de los muertos
que siempre había.

Antes siempre ese silencio
de cómplices inseguros
temerosos estrategas del oportunismo.

Hasta que vino a morir el extranjero
o tal vez
no
fue tan extranjero y
no murió.

09 octubre 2007

El Ché pasea en mis poemas

En mi primer libro de poemas, “Antología del Asco” incluí dos sobre el Ché, titulados “Ché” y Geografía”. El primero fue más adelante traducido al inglés y al italiano. El libro se publicó en La Paz en 1979, en una edición humilde hecha en la Imprenta Sucre –de Alberto Zuazo Nathes-, con un retrato que me hizo Pedro Shimose y un comentario de Jaime Nisttahuz en la contraportada. En la portada del libro aparece un cuadro de Edgar Arandia (de su serie “Zoociedad”) sobre el fondo de un memorando fechado el 19 de julio de 1971 que recibí del “Departamento de Estadística” del Ministerio del Interior, urgiéndome a presentarme en sus oficinas. El memorando estaba firmado por el “Jefe del SIE” con el sello del Servicio de Inteligencia del Estado. Claro que no me presenté.

A los diez años de la muerte del Ché, cuando me encontraba estudiando cine en París, recibí una invitación de La Habana, de Casa de las Américas, para grabar con mi voz uno de los poemas que estaba en “Antología del Asco”. Casa de las Américas estaba produciendo un disco “long play” (de esos que hoy parecen antigüedades, comparados con los CDs), con las voces de poetas de toda la región. Era un privilegio para mí ser el único boliviano seleccionado, sobre todo considerando que tenía a mi lado, en el disco, las voces de poetas mayores como Mario Benedetti (Uruguay), René Depestre (Haití), Julio Cortázar (Argentina), Gonzalo Rojas (Chile), Jaime Labastida (Mexico), Otto Raúl González (Guatemala), Thiago de Mello (Brasil), Eliseo Diego (Cuba), y una decena más. Comparado con todos ellos, yo era un aprendiz de brujo, nada más.

Para enviar una cinta de buena calidad grabé el poema en las instalaciones del instituto de cine donde estudiaba, pero cuando recibí el disco meses más tarde me di una sorpresa al escuchar mi voz aguda y aflautada… La diferencia entre los 50 ciclos utilizados en Europa y los 60 ciclos de la electricidad de Cuba, hicieron que la grabación cambiara su velocidad y mi voz. Pero aparte de esa voz en la que no me reconozco, fue una experiencia inolvidable participar en el disco de homenaje al Ché, hermosa edición de color rojo intenso, que se abría para leer los poemas a medida que uno los escuchaba.

06 octubre 2007

Che, y van 40 años

El Ché nos toca a todos, pero en una medida más importante a mi generación, porque éramos adolescentes cuando el Ché triunfaba en Cuba, aparecía en Naciones Unidas o en Punta del Este, desaparecía en África o en las selvas bolivianas. Su muerte en Bolivia marcó con fuego a los jóvenes bolivianos que despertábamos a la realidad social y política del país. La guerrilla del Ché puso a Bolivia en el mapa internacional y ayudó por lo menos a revelar la intromisión directa de la CIA y del ejército de Estados Unidos en la política interna de Bolivia.

Mi padre conoció al Ché en la reunión de ministros de economía en Punta del Este, Uruguay, en agosto de 1961, y como le tocó sentarse cerca, por el orden alfabético, tuvo oportunidad de conversar con él varias veces. Me habló siempre con enorme admiración y respeto. “Era un tipo macanudo”, la frase me quedó grabada.

Los que teníamos 17 años y estábamos recién terminando nuestra educación secundaria, nos sentimos con las manos atadas frente a un evento trascendental que se abrió de pronto ante nuestro ojos: el Ché estaba en Bolivia, el más pobre de América del Sur. La generación mayor a nosotros ya tenía militancia, ya participaba en la política nacional. Nosotros estábamos hasta entonces al margen, pero eso cambió muy pronto a raíz del Ché.

Recuerdo que guardé los ejemplares del diario “Presencia” en los que se anunciaba la muerte del Che, con las fotos de Freddy Alborta. Era un hecho demasiado trascendental como para no preservar esos documentos. Quizás se llevaron esos ejemplares en una incursión de paramilitares a mi casa durante el golpe de García Meza en 1980. O quizás se preservan todavía en el fondo de alguno de los cajones donde tengo mis libros.